21/11/09

Emociones en cajones


Estalló bajo mis ojos como una bomba de recuerdos. El cajón apenas podía abrirse de lo lleno que estaba. Una mudanza terminaba y los que serian residuos mañana, iban a expulsar a los residuos de ayer.

El cajón de cerezo empezó a mostrarme los restos que albergaba de mi: las imágenes de las personas a las que abrazaba, que siempre han sido muchas; los atardeceres dorados en el pedacito de césped que había a la entrada de la facultad; también en el cajón había dos martillos de reflejos con su cabeza de goma rosa, una postal de Sergio y varios mecheros que habían perdido todo el gas. Encontré además una entrada de un concierto de Wilco en Vitoria, de cuando Inés y yo comenzamos nuestra historia y el miedo y el amor por José María estaban más presentes de lo que están ahora. Los negativos de la vieja Nikon estaban allí también, junto con las representaciones de muchos que ahora siguen, pero de otra manera: Roberto, Ana, Rubén, Carol, Sonia... Otros ni siquiera siguen. Son los nombres los que no me acompañan, pero son los que me han hecho, escribiendo sobre papel de colores historias que aunque ahora parecen mentira, fueron todo lo reales que un humano es capaz de concebir. No sé porque sufrí en el pasado, no me reconozco como aquel que lloraba en la mesa de la cocina junto a su madre. Algo en mí se templó, o se desprendió, o creció, y a puro golpe de verso, de verso propio y de verso de Pessoa y de Machado, también de Bretch y de Otero, dejé esa exuberancia descontrolada. Desinfectado en la noche y el fuego, paseándome por el fondo de las cosas, encontré una cierta paz que llevo desde entonces a mi lado.

Estaba revuelto por dentro. Después de deshacerme de unos bastoncillos para los oídos, de un viejo mapa de Madrid de cuando no existía internet, de un billete de autobús finlandés y de alguna que otra reliquia de las anteriormente enumeradas, mis manos estaban llenas de polvo, y no dejaba de mirar el reloj para no perder el tren de las 14.05 a Madrid.

Gracias a mi padre no lo perdí, y pude darle un abrazo y un libro a Alfonso.