23/10/12

13.




Llama a su amigo. Es viernes en la ciudad de la costa. Enero está suave, como ocurre a veces, y pasear en la noche precoz es muy agradable cuando no llueve: La brisa, ligeramente asurada,  entra desde el mar a través los jardines cercanos al embarcadero y recorre juguetona los callejones y soportales. La luz naranja de las farolas compite con el azul nocturno. El chico camina sin lastre, divertido, con ese hermoso e irreal sentimiento juvenil de control.

Piensa en ella. Hoy van a quedar un rato, bastante más tarde,  para ver que tal va todo en sus nuevos puestos de trabajo. Aun no saben a que hora: se llamaran por el móvil.

Mientras se aproxima el momento, irá a ver a su amigo. Aun vive con sus padres, aunque su padre nunca está. Va a subir a su casa: Su cuarto es acogedor y privado, y su madre no molesta casi nunca. Hablaran tranquilos y aspiraran el humo con calma. La habitación mira al sur, a la bahía, y a pesar de la noche la mar se intuye desde su ventana con un regular parpadeo de luces verdes y rojas rielando sobre la negrura insondable. La charla se desenrolla como una alfombra roja. El chico disfruta tanto de la presencia de su amigo, de las anécdotas rememoradas, de las observaciones complejas sobre cosas sencillas, de la confianza que naturalmente ha ido brotando entre ellos dos, que el tiempo vuela.

No se sabe quien llama a quien.

Un poco mareado se levanta: lleva un puntillo. Se despide de su amigo, con toda probabilidad hasta la mañana siguiente, y baja hacia una de las plazas de la zona. Muy contento...

12.



Se echaban de menos sin saberlo.

Un viernes quedaron para salir por la noche con más gente. Sus estilos eran aparentemente distintos a la hora de beber, a la hora de bailar, pero había algo que les unía por encima de todas aquellas diferencias, y probablemente era que no daban demasiada importancia a las diferencias o que, más probablemente aun, a lo largo de los años ambos habían aprendido a tolerar y a disfrutar las diferencias.

Conforme la noche iba avanzando, esas diferencias se iban difuminando: Ella se mostraba más rockera, el más cercano a las pistas de baile.

Sin duda se estaban dejando llevar un poco, pero todavía existían ciertos pudores. Una prudencia que solo más tarde podría ser correctamente interpretada.

La noche seguía, y el grupo seguía cerrando bares.

Pero las noches de fiesta en el norte de España, por aquel entonces, eran duras: Cada minuto después de las cuatro y media de la mañana debía ser peleado para ser disfrutado, sobre todo si los atletas no se dopaban mucho, como era el caso.

Así que rozando las cinco de la mañana, él anuncio al resto del grupo, ya algo mermado por los que siempre se iban antes, que se marchaba a casa.

Ella se quedó hasta bien entrada la mañana.

Cada uno por su lado, pero ya pensando más de la cuenta el uno en el otro.

Días divertidos, sin duda.

11.



No tarda el amor en crecer cuando el mundo le apura, cuando los movimientos de traslación remueven el sustrato y el paso del tiempo amenaza con separar a los que se podrían juntar íntimamente.

Así  hizo falta una pequeña  separación, una levísima fractura en la rutina, para espolear los corazones que parecían a punto de quedarse dormidos o, más gravemente, a punto de  alejarse de su objetivo distraídos por algún engañoso canto del pasado.

Aquel mes de las navidades, ellos dos iban a ser trasladados en su trabajo. No iban a verse más a diario, ni iban a poder compartir confidencias frecuentemente. Tampoco es que cambiaran  de ciudad, pero el hecho del traslado marcó una pequeña señal que hizo recapacitar sobre lo agradable y reconfortante que era la presencia del uno para el otro: Verse y hablar, reír juntos,  iban a dejar de ser fruto de la rutina: Ahora cada encuentro podría adquirir un significado mayor, peligrosamente mayor.

Había que empezar a significarse.