13.
Llama a su amigo. Es viernes en la ciudad de la costa. Enero
está suave, como ocurre a veces, y pasear en la noche precoz es muy agradable
cuando no llueve: La brisa, ligeramente asurada, entra desde el mar a través los jardines
cercanos al embarcadero y recorre juguetona los callejones y soportales. La luz
naranja de las farolas compite con el azul nocturno. El chico camina sin
lastre, divertido, con ese hermoso e irreal sentimiento juvenil de control.
Piensa en ella. Hoy van a quedar un rato, bastante más
tarde, para ver que tal va todo en sus
nuevos puestos de trabajo. Aun no saben a que hora: se llamaran por el móvil.
Mientras se aproxima el momento, irá a ver a su amigo. Aun
vive con sus padres, aunque su padre nunca está. Va a subir a su casa: Su
cuarto es acogedor y privado, y su madre no molesta casi nunca. Hablaran
tranquilos y aspiraran el humo con calma. La habitación mira al sur, a la bahía,
y a pesar de la noche la mar se intuye desde su ventana con un regular parpadeo
de luces verdes y rojas rielando sobre la negrura insondable. La charla se
desenrolla como una alfombra roja. El chico disfruta tanto de la presencia de
su amigo, de las anécdotas rememoradas, de las observaciones complejas sobre
cosas sencillas, de la confianza que naturalmente ha ido brotando entre ellos
dos, que el tiempo vuela.
No se sabe quien llama a quien.
Un poco mareado se levanta: lleva un puntillo. Se despide de
su amigo, con toda probabilidad hasta la mañana siguiente, y baja hacia una de
las plazas de la zona. Muy contento...
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