12/9/09

El cisne negro

Lo último que ha caído en mis manos. De Nassim Nicholas Taleb.

En la contraportada:


¿Qué es un cisne negro? Para empezar, es un suceso improbable, sus consecuencias son importantes y todas las explicaciones que se puedan ofrecer a posteriori no tienen en cuenta el azar y sólo buscan encajar lo imprevisible en un modelo perfecto.


y por dentro hay cosas como:
Nosotros, los miembros de la variedad humana de los primates, estamos ávidos de reglas porque necesitamos reducir la dimensión de las cosas para que nos puedan caber en la cabeza. O, mejor, y lamentablemente, para que las podamos meter a empujones en nuestra cabeza. Cuanto más aleatoria es la información , mayor es la dimensionalidad y, por consiguiente, más difícil de resumir. Cuanto más se resume, más orden se pone y menor es lo aleatorio. De aquí que la misma condición que nos hace simplificar nos empuja a pensar que el mundo es menos aleatorio de lo que realmente es.
Y el Cisne negro es lo que excluimos de la simplificación.


¡Me pone!

7/9/09

Historias reales


Hugo se sienta a mi lado. Está inquieto. Huele a alcohol. Los asientos son demasiado estrechos, y ambos nos hemos empeñado en llevar las mochilas con nosotros: no hay suficiente espacio. Como aún quedan algunas plazas libres, Hugo se desplaza a otra fila de asientos. Yo respiro aliviado, pues la desconfianza había hecho hueco en mi corazón, y me sentía incomodo en aquel ómnibus con dirección al sur de la Argentina.

Comienza el viaje, estoy nervioso. Nada más arrancar el motor, me levanto a preguntar al conductor si efectivamente vamos con destino a Río Gallegos, provincia de Santa Cruz. Me tranquiliza con una afirmación y una leve sonrisa mientras Buenos Aires se despide con una ráfaga de polución, con pobreza, con flores en el pelo.

Unas cuarenta horas de carretera esperan, y Hugo permanece lejos en la otra fila de asientos, pero la falta de confianza todavía no me ha abandonado, aunque lucho con toda la fuerza de mi razón: He aprendido que cuando uno es extranjero, extraño, no posee mayor herramienta que la fe en el prójimo. Y siguiendo esta enseñanza, hasta el momento el balance ha sido positivo.

Las paradas en la ruta son más frecuentes de lo que hubiera deseado. La noche austral ya ha caído y Hugo, tras la subida de nuevos pasajeros en La Plata, se ve obligado a volver a su asiento original, junto a mí. Ahora habla escuetamente por su viejo celular. Ya no huele tanto a alcohol y está más calmado, lo cual me calma a mí también.

Hugo es moreno y gordito, como su nombre, aindiado y lampiño. Parece tener aproximadamente mi edad. Nos mantenemos en silencio, mientras yo prosigo leyendo 62/ Modelo para Armar. Ya no hay nada que ver a través de la ventanilla que me arrincona, tan solo luces que deslumbran con su ámbar enfermizo. Rompe la monotonía la llegada de las bandejas con la cena autobusera: Nos intercambiamos el buen provecho, y un puente de milanesas con puré de papas se tiende entre nosotros dos.

Entre bocado y bocado, caen nuestros nombres, nacionalidades y alguna palabra más. Hugo Nació en Buenos Aires, pero vivió casi siempre en Formosa, y lo recuerda con cariño, mientras se queja de que nadie conozca aquel rincón húmedo y caluroso de su país: Allí cazaba yacarés y cuatíes, era feliz, pero la falta de plata le obligó a volver a la gran ciudad, donde formo una familia, antes de marchar al sur a trabajar en una refinería. Yo también hablo un poco de mí, con esa mezcla de timidez y orgullo que noto cada vez que confieso mi profesión: médico, psiquiatra” Sí. El de los locos” traduce Hugo.

Él se disculpa por no haber tenido oportunidades para estudiar, quizás tampoco tenia capacidad: su castellano es tosco, poco articulado y quizás tras confesarle mi profesión, Hugo se anima a confesarme porque ahora vuelve a la ciudad: Su hijo pequeño tiene un tumor cerebral. Le operaron hace dos años. En los controles estaba limpio, pero ahora el tumor ha reaparecido, y esta vez la resección no es posible. El niño está recibiendo quimioterapia en el Hospital Garrahan. Por eso ha viajado unos pocos días a la capital. Yo me siento frívolo en mi peregrinar.

Imagino un pronóstico infausto y no pregunto más de lo que él me quiera contar. Pasa el tiempo en silencio, con ocasionales conversaciones donde evitamos el dolor. El suyo, que yo no tengo. A las 23 horas del Domingo llega a su destino, Comodoro Rivadavia, en la frontera de Chobut con Santa Cruz. Me levanto cuando se levanta y le doy un abrazo. No le deseo suerte. Pido por su hijo. Como puedo, con fe raquítica. Pienso en su hijo.