12/4/12

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Otra vez la semana llega a su fin. Un viernes nuboso, con algo de lluvia y temperatura suave. Nada raro en el norte de España. Ella le ha invitado a comer a su casa.

Empezaron hablando en un despacho mientras él terminaba varios informes, y la conversación fue tan rica y tan amena que quisieron continuarla.

Su piso está cerca, a unos diez minutos andando del trabajo.Es una zona muy cómoda,ni demasiado pija ni demasiado lo contrario; No es el centro-centro, pero está cerca del mismo y todo lo necesario, salvo quizás la playa- que es necesaria- se puede alcanzar a pie.

Es un primero. Él nunca antes ha estado en su casa. Nada más cruzar la puerta le llega un olor agradabilísimo a limpieza y tranquilidad, a calor bueno. El piso, aunque es compartido, huele como ella, como nadie más. Y hoy estan solos.

Han comprado una barra de pan y una botella de mosto antes de subir. Ella le cuenta que iba a preparar un pescado al horno, una dorada, y a él le parece una idea fantástica. Le dice que ella se ocupa. Mientras aprovecha para mirar el inmenso patio que está conectado a la cocina: Debe de tener unos cuarenta metros cuadrados o más y los otros pisos pueden verse desde allí con sus tendales bailando al viento; hay algunas plantas y una de ellas llama su atención. No conoce su nombre y se lo pregunta. Es una camelia, le contesta.Mi abuelo las cultiva en Galicia- explica ella.

Él se queda,un momento,admirando en silencio los prietos capullos de tierna flor de un rosa pálido.

La camelia no florece hasta el invierno.

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